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Judería de Toledo

Sinagoga del Tránsito, Toledo

Sinagoga del Tránsito, Toledo

Los judíos sentían predilección por las ciudades, estableciéndose en aquellas donde se sentían a gusto y podían prosperar. Tal fue el caso de Toledo. La judería era el ámbito urbano segregado de la población dominante donde habitaban los judíos en la España del medievo. Gozaban aquí de un alto grado de independencia, aunque siempre sometidos al poder político de los reyes.

Desde el s. VIII, la judería toledana se emplazaría en la parte sudoeste de la ciudad, intramuros, llegando a alcanzar en su momento de máxima extensión, en 1350, desde las inmediaciones del actual barrio de Santo Tomé -en sus cercanías se abrirían dos portillos para acceder a la Judería Mayor, comunicando uno de ellos con la calle del Ángel, donde convergen adarves y callejuelas que conducen a las sinagogas o ascienden a la parte alta del barrio- y, hasta la Puerta del Cambrón, rodeada de una muralla o cerca abierta por diversos postigos hacia el resto de la urbe, quedando abrazada al sur por el río Tajo.

Contaba con cinco barrios claramente diferenciados del resto de la población cristiana. La llamada Judería Mayor, amurallada y con puertas, situada en los aledaños de la plaza de Barrio Nuevo, muy cercana a Santo Tomé.
Es de destacar en ella, la vivienda conservada en el número 4 de la Travesía de la Judería, auténtica casa judía, conocida hoy como “Casa del Judío”, que conserva
preciosas yeserías mudéjares del s. XV. El Degolladero o Matadero de los Judíos, cercado parcialmente, en el que se encontraba un molino harinero, un matadero, tiendas y un hospital, localizado en las proximidades del puente de San Martín.
Fue la primitiva “Madinat al-yahud” (Ciudad de los Judíos) asignada a ellos por los árabes, entre la puerta de los judíos (Puerta del Cambrón) y el citado puente de San Martín, barrio muy habitado.
El Alacava, extramuros del barrio principal, cercano al actual monasterio de San Juan de los Reyes y el Cerro de la Virgen de Gracia, con su magnífico mirador a los cigarrales y el Tajo, que tuvo una sinagoga y una escuela.
Muy habitado y popular, fue despoblado a consecuencia de los sucesos de 1391, donde la prédica antisemita del clérigo de Écija, Ferrán Martínez, propició la persecución generalizada de los hebreos toledanos. Caleros, ubicado en el entorno de la popular plaza de Valdecaleros, muy próximo a Santo Tomé, aislado y sin muralla, con sinagoga y cuyos habitantes hebreos lo habían abandonado casi totalmente a principios del s. XV.
En el interior de estos barrios citados vivía la mayor parte de la población judaica, aunque también había pequeños “barrios” mercantiles dentro de la ciudad cristiana, El Alcaná (del que habla Cervantes en el Quijote y recorrería también Mateo Alemán), emplazado en los alrededores donde hoy se levanta el claustro de la catedral, entre la actual Cuatro Calles hasta la iglesia de Santa justa, La Alcaicería de los Paños, hoy Calle de la Sinagoga, y la larga calle comercial de los Alatares, que llegó a tener 84 tiendas, en la actualidad, Calle de las Cordonerías.

Cuando la judería poseía las necesarias instituciones de uso público para el buen funcionamiento de su devenir cotidiano -sinagoga, cementerio, hospital, escuela, baños, carnicería, horno, taberna, etc.-, se la denominaba aljama de los judíos, para diferenciarla de la aljama de los moros. Funcionaba como una pequeña ciudad dentro de la ciudad misma, siendo gobernada por sus propias autoridades, a cuyo frente se encontraba el rabbi o judío mayor, designado por el rey, y rigiéndose siempre por la normas jurídico-religiosas que marcaba la Ley Sagrada hebraica.
Todos los judíos se veían obligados a satisfacer un gravamen especial a la Corona, del que estaban exentos si se convertían al cristianismo, por lo que se denominaban a sí mismos Cofres del Real Patrimonio.
Aparte contribuían a los gastos del municipio, como cualquier vecino de la ciudad, y los diezmos a las iglesias. En Toledo soportaban, además, un tributo añadido impuesto por la catedral de 30 dineros anuales, en memoria de las monedas por la que Judas vendió a Cristo.

Sinagoga de Santa María la Blanca.
Conocida en otros tiempos como Sinagoga Nueva de Yosef ben Shoshan, rico personaje próximo a la corte, o también Sinagoga Mayor, es una de los once templos
judíos que, al parecer, tuvo la ciudad. Se construyó en el s. XIV siguiendo la estética prenazarí. Ubicada entre muros de pobre aspecto, nada hace presagiar la gran belleza que esconde en su interior: cinco naves separadas por judío toledano, en la que se aún se conserva un magnífico baño ritual o mikhva.

El edificio exhibe una fachada modesta y con la escasa monumentalidad que caracteriza a estos templos, incluso entre las comunidades hebreas más prósperas, como era la aljama toledana. Sin embargo, muestra un interior sorprendente, que se despliega por su gran sala de oración: Rectangular, se cubre por una armadura mudéjar policromada de par y nudillo con tirantes dobles y ochavada, decorada con epigrafía árabe y hebrea.

En sus muros, de gran riqueza ornamental, destacan frisos de mocárabes, arcos polilobulados y de herradura túmida, yeserías con inscripciones bíblicas e históricas, celosías con decoración geométrica de lazo, adornos de tipo vegetal, etc., que reflejan la maestría de los maestros alarifes mudéjares toledanos.

La galería de mujeres, situada a lo largo de casi todo el muro meridional en su planta alta, tenía entrada independiente, ya que se practicaba la separación de sexos y espacios durante la oración.

En 1494, los Reyes Católicos cedieron la sinagoga a la Orden de Calatrava, sirviendo de hospital y convento. En el s. XVI fue iglesia, añadiéndose un retablo escultórico delante del altar mayor, y una sacristía con un hermoso arco plateresco en su entrada. En el s. XVII se conoce como del Tránsito, por el lienzo del “Tránsito de Nuestra Señora” que se alojaba en un altar lateral, obra de Diego Correa de Vivar, hoy se exhibe en el Museo del Prado. Edificio declarado Monumento Nacional en 1877. En 1964 se instaló en su interior el Museo Sefardí (Nacional de Arte Hispano-Judío), que abrió sus puertas en 1971, de obligada visita para conocer a fondo el marco histórico y geográfico del pueblo judío.

La vida cotidiana del judío se regía por un intrincado código moral acorde a las normas de la Ley Sagrada: el matrimonio, la educación de los hijos, la alimentación, el calendario de fiestas, o los mismos ritos fúnebres… debían ajustarse a un estricto cumplimiento de la misma.

El cementerio judío de Toledo se localizaba en la Vega baja, por el pradillo de San Bartolomé, ermita ya desaparecida próxima a la actual iglesia del Cristo de la Vega. En el Museo de Santa Cruz se conservan lápidas de tumbas hebreas procedentes del mismo.

Asimismo, en la Calle de la Plata número 9, encima del dintel de la puerta, se halla una lápida judía reaprovechada con inscripciones casi desaparecidas. Asimismo, magníficos ejemplos de lápidas funerarias hebraicas se encuentran en el patio del Museo Sefardí.

La ocupación judía más frecuente en el Toledo del s. XIII sería la de prestamista, debido, probablemente a la vida errática con que las comunidades judías vivían, lo que implicaba el alejamiento de los cultivos y propiedad de las tierras.

LEYENDAS TOLEDANAS

La coexistencia de dos universos culturales tan distintos, propició el nacimiento de mitos y leyendas entre la población cristiana de Toledo en lo tocante a la comunidad hispano-hebrea.

Las fabulaciones en torno a la persona del judío, rara vez presentaban perfiles reales, pero aún así se han mantenido en el imaginario del pueblo hasta fechas recientes. En una tradición oral de la ciudad, muy famosa, se relata el martirio del Santo Niño de la Guardia. Sucedida en el año 1489, hace recaer en la figura de varios hebreos una terrible venganza perpetrada en la persona de un inocente niño cristiano, Cristóbal, que pedía limosna con su madre ciega en la Puerta del Perdón de la catedral toledana. Conducido con engaños al cercano pueblo de La Guardia, el infante padeció los mismos tormentos y escarnios de Cristo. En la actualidad pueden admirarse unos magníficos frescos del s. XVIII, obra de Francisco Bayeu, en el claustro de la catedral toledana, con la iconografía de este martirio.

La Leyenda del Pozo amargo, es otra de las fábulas anónimas que cuenta con mayor fervor popular entre los toledanos. Recuerda los amores entre un cristiano, Fernando y su amada judía, Raquel, acabados en tragedia.

El potentado padre, judío, asesina al joven cuando se dirige a la diaria cita nocturna en el jardín de su casa. Raquel acude a todas las noches a la cita imaginaria con su amado junto al brocal del pozo.

Allí vierte sus lágrimas hasta que un día las aguas se vuelven amargas. Una noche, en su desvarío, es atraída por la imagen de Fernando que cree ver reflejada en el fondo de aquél, y se lanza a su hondo.

La leyenda dio nombre a la calle, próxima a la Plaza del Ayuntamiento, que todavía conserva el solitario brocal.

La leyenda La Rosa de Pasión del romántico, Gustavo Adolfo Bécquer, vuelve a relatar los infortunados amores entre la judía Sara y su amado cristiano, barquero del Tajo, en los parajes cercanos a la Ermita del Valle, junto a la “Cabeza del moro”.

Otra leyenda nos conduce directamente al descubrimiento de América. Al final de la calle del Ángel, hay un arquillo árabe que se abre al llamado Callejón del Judío, donde la creencia popular ubicó la residencia de un judío toledano, don Ishaq, prestamista que aceptó las joyas que Isabel La Católica empeñó para emplear su dinero en la gran hazaña colombina.

Según esto, la judería de Toledo habría contribuido de alguna manera al descubrimiento del Nuevo Mundo.

Por último señalar la legendaria historia del rey Alfonso VIII y su amor por la judía Raquel, a quien retenía en el Palacio de Galiana, - localizado en lo que hoy ocupa el convento de Santa Fe y el Museo de Santa Cruz- para sus encuentros amorosos, indicando con ello la gran estima que sentía por los judíos toledanos, y que sin pasar del mito histórico, primero popular y luego de mano de historiadores y escritores, si tendría grandes consecuencias históricas.

Abraham ibn Ezrá, poeta, Judá ha-Leví, Abraham ibn al-Fakar (1231), nació y escribió su obra poética en Toledo, Israel de Toledo, Samuel ibn Shushan, príncipe de los judíos toledanos, padre de Joseph, constructor de la hoy conocida Sinagoga de Santa María la Blanca, Semuel ha- Leví, tesorero del rey Pedro I… son algunos de los sabios judíos nacidos o educados en Toledo, que dejaron su alma y legado en esta singular ciudad.

Localización

Latitud: 39.856651   |   Longitud: -4.029458

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